De cara a la temporada estival 2026, las tendencias de reservas turísticas confirman un cambio de paradigma en el consumo de la clase media argentina: el regreso masivo a las playas de Brasil. Favorecidos por un tipo de cambio oficial estable y un dólar libre que ha quedado «barato» en términos reales frente a la inflación interna, miles de familias han optado por cruzar la frontera en busca de precios más competitivos y previsibilidad en los gastos. Florianópolis, Río de Janeiro y el Nordeste brasileño registran niveles de ocupación anticipada por parte de argentinos que recuerdan a los años de la convertibilidad.
Este fenómeno golpea directamente las expectativas de los principales destinos de la Costa Atlántica local. Mar del Plata, Pinamar y Cariló enfrentan una temporada desafiante, obligados a moderar sus tarifas en pesos para no perder cuota de mercado. Los operadores turísticos nacionales advierten que los costos operativos (energía, logística y salarios) han subido en dólares, lo que les impide competir por precio contra la oferta brasileña, generando una ecuación de rentabilidad compleja.
El impacto social de esta tendencia es doble. Por un lado, refleja una recuperación del poder adquisitivo en dólares de un sector de la sociedad que vuelve a acceder al turismo internacional. Por otro, genera preocupación en las economías regionales que dependen de la temporada alta para subsistir el resto del año. La «fuga de turistas» implica también una salida de divisas por la cuenta de servicios que el Banco Central monitorea de cerca, aunque sin restricciones a la vista.
Para el veraneante promedio, la decisión es matemática y aspiracional. Ante presupuestos similares, la garantía de clima y la experiencia internacional inclinan la balanza. El verano 2026 será un test de competitividad extremo para el turismo nacional, que deberá reinventar su propuesta de valor más allá del patriotismo o la cercanía geográfica.
