¿Fusión o Coalición? El dilema existencial de LLA y el PRO tras el triunfo electoral

El contundente resultado de las legislativas de 2025 ha precipitado el debate que se venía postergando: el futuro de la relación entre La Libertad Avanza (LLA) y el PRO. Lo que comenzó como un apoyo externo y evolucionó hacia una alianza parlamentaria, se encuentra hoy ante una encrucijada definitiva. Los sectores más duros del Gobierno, envalentonados por la validación de las urnas, plantean que es el momento de la «absorción»: invitan al macrismo a disolverse dentro de la estructura libertaria para conformar un partido hegemónico de derecha nacional. «El vehículo del cambio somos nosotros», repiten los alfiles del Presidente, convencidos de que la marca Milei ha superado a la marca Juntos por el Cambio.

Del otro lado, Mauricio Macri y los gobernadores del PRO resisten la idea de la desaparición identitaria. Argumentan que el partido amarillo aporta la experiencia de gestión, la estructura territorial y los cuadros técnicos que LLA aún no ha logrado formar en todo el país. Proponen, en cambio, la formalización de una coalición estilo «frente», donde cada partido mantenga su autonomía pero compartan listas y un programa de gobierno común hacia las presidenciales de 2027. La tensión es evidente: Macri no quiere ser furgón de cola de un movimiento que considera ideológicamente afín pero políticamente inmaduro.

En el medio, la gestión diaria actúa como amalgama y como solvente a la vez. La integración de funcionarios del PRO en el Gabinete es ya una realidad innegable en segundas líneas, funcionando en la práctica como un gobierno de coalición de facto. Sin embargo, la desconfianza mutua persiste en la cúpula. Los libertarios puros temen el «abrazo del oso» de la vieja política, mientras que los macristas ven con recelo el estilo confrontativo y a veces improvisado de sus socios en el manejo de la cosa pública.

El factor Patricia Bullrich sigue siendo clave en esta ecuación. Como ministra estelar y figura puente entre ambos mundos, ella encarna la fusión en la práctica. Su sector presiona para dejar atrás los sellos partidarios y fundar un nuevo espacio que supere las antinomias del pasado. Para Bullrich, el electorado ya se fusionó en las urnas al votar masivamente a la alianza oficialista, y la dirigencia solo está demorando lo inevitable por cuestiones de ego y cartel.

La resolución de este dilema definirá el mapa político de la próxima década en Argentina. Si logran consolidar una fuerza unificada, el peronismo enfrentará un desafío existencial para recuperar el poder ante un bloque de centro-derecha consolidado. Si, por el contrario, las diferencias personales rompen la alianza, se abrirá un escenario de fragmentación que podría devolverle oxígeno a la oposición.

El verano de 2026 será decisivo para esta construcción. Se esperan cumbres, fotos de unidad y, probablemente, el lanzamiento de una «Mesa Nacional» que institucionalice el vínculo. La pregunta ya no es si trabajarán juntos, sino bajo qué marca y con qué reglas de juego se repartirá el poder en la segunda mitad del mandato presidencial.

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