Mientras los bonos argentinos vuelan y el riesgo país perfora pisos, la economía real de la calle sigue mostrando signos de fatiga. Los datos de consumo masivo en supermercados y autoservicios de cercanía cerraron noviembre nuevamente en rojo en la comparación interanual. La recuperación del salario real, si bien estadística, no termina de sentirse en el bolsillo debido al aumento de los costos fijos (tarifas, transporte, salud) que absorben la mayor parte de la mejora de ingresos.
Las primeras marcas han perdido terreno frente a las segundas y terceras, y el consumidor se ha vuelto un experto en «cazar ofertas». Las promociones bancarias y las cuotas sin interés son hoy el único motor que sostiene la demanda de bienes durables y semidurables. Los empresarios del retail advierten que, sin una baja de impuestos que permita reducir precios, el volumen de ventas seguirá estancado en 2026.
Esta dualidad entre una macroeconomía ordenada y una microeconomía ajustada es el principal desafío político del Gobierno. La «sensación térmica» en los barrios no condice con los titulares de los diarios financieros. La apuesta oficial es que la inversión llegue antes de que se agote la paciencia social, generando empleo genuino que reemplace al consumo subsidiado del pasado.
El verano será austero para el comercio local, especialmente en los centros turísticos nacionales, que perderán flujo frente a Brasil. La reactivación se espera recién para el segundo trimestre, de la mano de la baja de tasas que permita la vuelta del crédito al consumo de manera masiva.
