Se propagan las consecuencias inflacionarias de la guerra

Se propagan las consecuencias inflacionarias de la guerra

Los analistas anticipan que se extenderá el impacto del conflicto armado en el alza de precios: la inflación, que ya es alta, subirá aún más; qué se espera que hagan los bancos centrales del mundo para intentar contenerla

El verano pasado, en medio de la creciente alarma por el avance de la inflación en Estados Unidos, los asesores económicos de la Casa Blanca escribieron una publicación en la que examinaban los paralelismos históricos de las presiones sobre los precios de la construcción. Aunque la prensa estaba llena de comparaciones durante las crisis del petróleo en la década de 1970, explicaron que un “pariente más cercano” fue la dislocación posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando la escasez de oferta interactuó con la demanda reprimida para aumentar la inflación. Era un argumento bien pensado.

Pero el aumento de los precios del petróleo durante el último mes, a raíz de la invasión de Rusia a Ucrania, da lugar a una pregunta inquietante: ¿la economía global está experimentando un shock petrolero al estilo de la década de 1970 además de una crisis de oferta similar a la de finales de la década de 1940?

Sin dudas, ningún economista serio espera que la inflación en el mundo desarrollado alcance los vertiginosos niveles de aquellos episodios, cuando llegó a los dos dígitos. Sin embargo, la crisis del petróleo es un evento doloroso. Según cifras publicadas a mediados de marzo, el alza de los precios al consumidor en Estados Unidos ya se situó en un máximo en 40 años en febrero y se ubicó en un 7,9% interanual. La tasa en la zona del euro superó el 5%.

En un principio, se esperaba que los precios frenaran su avance a medida que el mundo desarrollado dejara atrás lo peor de la pandemia de Covid-19. Sin embargo, ahora, el nuevo consenso es que la inflación seguirá siendo incómodamente alta en Estados Unidos, Europa y otros lugares durante los próximos meses. Y como si se necesitaran más malas noticias, los continuos bloqueos en zonas de China, incluido el centro tecnológico de Shenzhen, podrían aumentar las tensiones en la cadena de suministro.

La evidencia más llamativa del cambio de tendencia al alza en las expectativas de inflación se puede encontrar en los mercados de renta fija en Estados Unidos. ICE, una firma financiera, aporta algunos números diferentes, incluidos los rendimientos de los bonos atados a la inflación y los swaps de tasas de interés, en índices a corto y largo plazo para medir las expectativas. A fines de enero, la tasa de inflación esperada para el próximo año era de 3,5%. Para el 11 de marzo, se había disparado al 5,6%, por lejos la más alta desde que comenzó la pandemia.

Al mismo tiempo, los índices a más largo plazo están un poco más tranquilos. Un indicador del alza promedio esperada del índice de precios al consumidor (IPC) en un plazo de cinco a diez años es 2,6%. Eso es aproximadamente medio punto porcentual más que hace un año, pero no está muy lejos del objetivo de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) de mantener la inflación en un promedio del 2% (a juzgar por otra medida que generalmente está un poco por debajo del indicador del IPC). Europa ha visto tendencias similares, aunque un poco más pronunciadas. La tasa de inflación a un año subió al 5,9% el 8 de marzo.

Precios y pronósticos

Los mercados son inherentemente volátiles, por lo que inferir las predicciones de inflación a partir de los rendimientos de los bonos es algo que debe tomarse con precaución. Pero el cambio en los precios está en línea con lo que pronostican los economistas.

La semana pasada, Bank of America elevó sus pronósticos de inflación para gran parte del mundo. En Estados Unidos, ahora espera que la inflación promedio durante 2022 sea de 7%, cifra que se encuentra por encima de su previsión anterior del 6,3%. En la zona euro ve un aumento aún mayor, con una inflación promedio del 6% este año, muy por encima de su pronóstico anterior del 4,4%. El desafío es mayor para Europa debido a su alta dependencia del gas ruso, que aporta alrededor del 45% de sus importaciones de gas.

En una aproximación de cuán generalizadas probablemente serán las presiones, los economistas incluso están aumentando sus pronósticos de inflación para Japón, donde la deflación ha sido la mayor amenaza durante mucho tiempo. El 8 de marzo, la calificadora S&P dijo que la inflación japonesa promediaría el 2% este año, más del doble de lo que había estipulado en su informe anterior. Hasta ahora, los pronosticadores esperan un aumento relativamente modesto en la inflación general en los mercados emergentes. Pero el aumento de los costos de los alimentos será especialmente perjudicial para la población más pobre.

De estos pronósticos surgen dos preguntas que están relacionadas. La primera es si el aumento actual de los precios del petróleo se traducirá en una elevada inflación a largo plazo. Eso será un riesgo si más personas toman la alta inflación como un hecho consumado y, como resultado, exigen grandes aumentos salariales.

Sin embargo, hay razones para un cauto optimismo en este frente. Una gran cantidad de investigaciones muestra que el pass-through (traspaso) del aumento de los precios del petróleo a la inflación no relacionada con la energía es bastante limitado.

Por ejemplo, el banco Goldman Sachs calcula que un aumento del 10% en los precios del petróleo crudo genera un salto de casi 0,3 puntos porcentuales en la inflación general en Estados Unidos, pero un aumento de apenas 0,03 puntos porcentuales en la inflación núcleo (excluyendo los precios de los alimentos y la energía). Eso ayuda a explicar por qué los precios de mercado para la inflación a largo plazo siguen siendo relativamente moderados.

Los banqueros centrales eligen hacer un detallado seguimiento del acelerado incremento de precios. Mientras que la pandemia fue terra incognita para ellos, las crisis del petróleo son al menos más familiares. El aprendizaje generalizado de las últimas décadas es que, en todo caso, puede ser necesario el apoyo fiscal y monetario, porque el aumento de los precios de la energía actúa como un lastre para el consumo. Eso es particularmente cierto en el caso de Europa, donde es probable que el golpe al crecimiento sea mayor. Pero, el 10 de marzo, el Banco Central Europeo sorprendió a los mercados al anunciar que reduciría su compra de bonos más rápidamente.

En Estados Unidos, donde las desventajas económicas de la guerra en Ucrania son más leves y la inflación ha sido obstinadamente alta durante meses, es poco probable que la Fed se deje disuadir de subir las tasas.

De hecho, la entidad decidió el miércoles un alza de la tasa de interés al 0,25%-0,5%, en lo que se considera el inicio de un ciclo de ajustes que tendrá más aumentos. Pero Jerome Powell, el presidente de la Fed, también dedicó (y dedicará) tiempo a hablar sobre los riesgos geopolíticos. Ya fue bastante difícil para los banqueros centrales obtener una buena lectura de la economía el año pasado, dada la pandemia y los crujidos de la cadena de suministros. Ahora también tienen que pensar en las consecuencias de la guerra. © The Economist

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