Feminista: La lucha por la equidad

La polémica sobre quién se considera o no feminista está dando que hablar en el mundo del espectáculo, pero también en otros ámbitos cotidianos. Enrique Stola, psiquiatra y feminista, señala que se está produciendo el mayor cambio cultural de los últimos años: «Esto nos obliga tanto a los hombres que tenemos privilegios en esta sociedad como a las mujeres colonizadas por el machismo y el patriarcado a replantear absolutamente todos los vínculos».

Y es que al reclamo de la multitud que se volcó en 2015 a las calles para decirles «basta» a los femicidios, la trata y la explotación sexual se le sumaron el primer paro internacional de mujeres del pasado 8 de marzo (que este año va a repetirse) y, en el último tiempo, las denuncias de acoso que explotaron en Hollywood y en el mundo entero con hashtags como #MeToo y #TimesUp.

Mientras tanto, la voz de quienes luchan por la equidad de género y por ponerles fin y de una buena vez a todos los tipos de violencia contra las mujeres (como la simbólica o la económica) sigue ganando espacio en los medios de comunicación.

El resultado está a la vista: un terremoto que está haciendo tambalear la estructura de una cultura machista fuertemente arraigada; un replanteamiento de conductas naturalizadas (y muchas veces, invisibilizadas) hasta no hace mucho tiempo; una revisión de roles y estereotipos que plantean desde la crianza igualitaria y compartida de los hijos hasta la distribución de las tareas en el hogar o la igualdad en el ámbito laboral.

Según los especialistas, aunque algunos avances se están dando a pasos agigantados y existe una conciencia colectiva de que hay cuestiones que «ya no van más», queda todavía un largo camino por recorrer. Coinciden en que en esta lucha por la igualdad no son solo las mujeres (o el colectivo LGTBQ, que hizo una contribución fundamental a la causa) las que deben tomar un rol protagónico: es necesario que los hombres renuncien a privilegios históricos, que el Estado se involucre de lleno mediante políticas a largo plazo y que se ponga el foco en la educación desde los primeros años de vida.

Ser o no ser

Diana Maffía, doctora en Filosofía, directora del Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires y referente del feminismo, explica que «ser feminista no tiene que ver con las hormonas, con ser mujer o varón, sino con una convicción ética y política».

Para ella, implica aceptar tres enunciados fundamentales: «Primero, que las mujeres están peor que los hombres, lo que está demostrado estadísticamente en los indicadores sociales de la mayoría de los países del mundo; segundo, la convicción de que eso está mal, y, en tercer

lugar, tomar acciones en la vida diaria para no reproducir esas desigualdades e intentar modificarlas».

Florencia Freijó, politóloga y parte del equipo de Economía Femini(s)ta, subraya que no se trata de una guerra entre hombres y mujeres. «Siempre se tendió a pensar que los machistas eran los hombres y las feministas las mujeres, y se generó un binomio incorrecto entre lo que significan esos términos. El feminismo plantea la igualdad de los géneros y no tiene que ser solo llevado por mujeres; de hecho, no ha sido así», dice.

Sostiene que el desafío es grande: hacerle frente a una cultura de la violación, del acoso, del abuso y de la desigualdad muy asentada, que se vincula con las relaciones asimétricas de poder. Estas se manifiestan diariamente en «micromachismos» que se traducen no solo en lo doméstico (en creer que hay tareas que les corresponden solo a las mujeres), sino también en lo laboral.

Freijó ejemplifica: «El mercado penaliza la maternidad: las madres ganan un 18% menos que las que no lo son cuando trabajan en un ámbito formal, ni hablar en el informal».

Con respecto a quienes temen que el feminismo lleve a posturas radicalizadas, Stola responde: «Las mujeres, de acuerdo con el sector social al que pertenecen, con su experiencia política o país, van generando sus propias estrategias para liberarse. Siempre los sectores dominantes, en este caso los varones, van a criticar y a decirles ?ustedes tienen que tener otras formas’. Pero los hombres cambiamos en la medida en que las mujeres dicen no. Ellas se liberan en el momento y de la forma que pueden».

Aclara que no hay que temer situaciones extremas: «El feminismo no ha producido ninguna muerte. Los varones, en cambio, estamos produciendo muertes todos los días».

Una revisión de roles y vínculos también es clave. Para Maffía, repensar la ciudadanía (que en su origen excluía a las mujeres) de una manera inclusiva implica rever todas las formas de integración social. «Las mujeres estaban pensadas para quedarse en el ámbito de lo privado, por lo cual hay que modificar muchísimas cosas para incluirlas en lo público. Por ejemplo, cuestiones que estaban exclusivamente vinculadas a ellas, como el trabajo doméstico».

La especialista hace énfasis en cómo el sistema productivo se basa en la seguridad de que las mujeres van a reproducir gratuitamente la fuerza de trabajo: «Todo hombre y quien contrata a un hombre cuenta con que aquel viene con una mujer que va a lavar su ropa, a darle de comer. La tarea de cuidado les fue asignada a las mujeres desde el fin de la esclavitud y comienzos de la sociedad moderna, y se nos presenta culturalmente como una expresión del amor conyugal y maternal, penalizándolas cuando no cumplen con esas asignaciones domésticas».

¿Cómo se logra revertir ese paradigma? Maffía explica que como las tareas de cuidado son necesarias para todos los seres humanos en algún momento de su vida, desde la infancia hasta la adultez, asignarlas solo a las mujeres es completamente arbitrario: deberían ser una responsabilidad del Estado.

«El Estado debe construir ciudadanía y no puede hacerlo sobre bases desigualitarias. Tiene que dar cierto tipo de soluciones imaginativas, flexibles, y las mujeres deben participar de esas soluciones. Algunas ya se han sugerido: como que haya guarderías en los lugares de trabajo y un real acceso a la educación de nivel inicial», subraya.

Sobre este punto, Freijó agrega que según las Naciones Unidas las mujeres dedican un promedio de tres horas más por día en el hogar que su par varón. «En general, con dos o tres hijos las jornadas en el hogar van de siete a ocho horas: llevarlos al colegio y a sus actividades, prepararles las comidas, entre otras, son tareas que están invisibilizadas y se creen que están dadas per se», sostiene.

Según la politóloga, es fundamental poner el foco en la necesidad de que las crianzas sean igualitarias (y además compartidas entre padres y madres), en repartir las licencias posnatales (lo que repercute en una mayor igualdad laboral) y en que la educación desde las edades más tempranas incluya una pedagogía con perspectiva de género.

«No solo hay que mostrar que las nenas pueden ser heroínas, sino también lograr que haya un equilibro del otro lado: es decir, que los varones también pueden jugar a la cocinita, a los cuidados domésticos, a tener un bebé -detalla-. Hay un mayor prejuicio en brindarles elementos que son históricamente considerados femeninos a los hombres que a las mujeres darles elementos históricamente relacionados con lo masculino».

En esta línea, Stola marca que es común que si un nene juega con una muñeca o un bebote rápidamente haya alguien (una mamá, un papá, una maestra) que lo marque como una conducta extraña: «En realidad, eso implica desarrollar una ética de cuidado hacia los otros y eso es algo que deberíamos impulsar en los niños también».

A futuro, los especialistas se muestran optimistas. «La idea de una modificación de los roles está completamente en marcha, no es ni banal ni una moda, sino algo muy profundo», dice Maffía.

Y Stola concluye: «El cambio por ahí va a llevar mucho menos tiempo del que se fantasea, porque esto va muy rápido. Años de fuerte lucha están dando resultados».

(Fuente: diario La Nación, por María Ayuso

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